La
difusión de las propiedades curativas de los baños de mar comenzó en España
mediados del siglo XIX, momento en que comenzaron a proliferar tratados con las
indicaciones de cómo realizar los baños de mar y sus métodos de curación.
Aunque surgieron diversos centros en las costas mediterráneas y atlánticas, el
desarrollo principal correspondió al litoral cantábrico.
Todo esto tiene su gran apogeo cuando en 1888 se inaugura la línea de
ferrocarril entre Bilbao y Portugalete (en la imagen de la derecha). Y es que a
partir de ese momento iba a ser más fácil el acceso desde las localidades del
interior a las playas de la Villa.
Sin embargo,
la tarea no fue sencilla, y es que desde que en 1882 comienza el proyecto
dirigido por el ingeniero Pablo Alzola, hubo que expropiar terrenos, sanear
marismas y lidiar con otras líneas mineras que alargaron el tiempo de
construcción de la costosa obra.
El
balneario de Portugalete ya antes de la aparición del tren tenía cierta fama
entre los que se encontraban en el Cantábrico, ya que en el año 1876 se hizo un
estudio que incluía todas las zonas de baño de este mar y esta concretamente
contaba con la característica de rodearse de un ambiente selecto. Quedaba muy
lejos de San Sebastián (25000 bañistas por temporada) o el Sardinero con 5000,
ya que contaba con una media de 1300 visitantes, sin embargo el precio por
alojarse allí era uno de los más elevados de todos, lo que remarca su
categoría.
Su cercanía
con Santurce que contaba con unos 2000 bañistas en esa misma época, podría
indicar que le suponía cierta competencia a la hora de atraer veraneantes, pero
la realidad es que a Portugalete se estimó que podían acercarse hasta 3000
personas debido al elevado número de viviendas vacías que poseía.
Además de eso, otro dato importante a tener en cuenta y que ya hemos
mencionado antes, es el alto precio que suponía alojarse allí, que suponía
según la segunda edición de la Reseña que:
“Portugalete
es el punto de reunión de la buena sociedad de Bilbao, la morada favorita de
verano y el centro de las fiestas”
Esta
práctica llegó a regularse y a ser tan aceptada por las autoridades de la zona,
que con la intención de evitar problemas (sobre todo escándalos), se sacó un
bando municipal en 1878 con el cual el alcalde José de la Hormaza Esmorís
limitaba sobre todo la posibilidad de enseñar ciertas partes no adecuadas en
público. Además había advertencias sobre las zonas habilitadas para bañarse, o
desde las que poder saltar, e incluso regulaban la arena que se podía sacar,
pero la mayoría de normas iban dirigidas a la indumentaria y a evitar desnudos.
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